Estaba parada detrás de la barra del bar releyendo algunas de sus composiciones inconclusas.
Llovía. La luminosidad del local era natural y el aire fresco que parecía nacido de los árboles mojados que rodeaban el patio de la facultad, le acariciaban el rostro con amabilidad de naturaleza virgen.
Una sombra y un ruido monótono irrumpieron en el local solitario y alguien se sentó a una mesa, cerca de la ventana vidriada que daba al jardín interior.
Una mirada curiosa por arriba de los anteojos de leer, le dio la seguridad de que el recién llegado era un desconocido en el ambiente del bar de letras.
El, imperturbable, desplegó una hoja en blanco sobre la mesa y sacó una lapicera del bolsillo de la camisa y escribió algo. Cuando ella se acercó para tomarle el pedido, él apoyó la lapicera en su sien derecha y se desarrajó un balazo. La sangre salpicó el papel un renglón más abajo del título.
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