Vivió convencido de que era persona agraciada en todo sentido. Tan
convencido estaba, que se convirtió en un ser vanidoso y egocéntrico; casi
repulsivo. Pero un día le cayó la ficha y se dio cuenta que era un simple hombre, una persona como cualquiera,
con la única diferencia que su Obra Social incluía el féretro.
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