domingo, 28 de octubre de 2012

Pájaros ciegos


Lo vio venir. Observó cada uno de sus movimientos, su forma típica de mover los brazos al caminar, ese tic que lo “obligaba” a mover la cabeza de un lado a otro pasando el mentón casi pegado al pecho, sus labios
pronunciando palabras en silencio y gesticulando con los músculos de la cara. No había dudas, era él que regresaba como lo hubo hecho tantas otras veces después de ausencias prolongadas. Salió corriendo a recibirlo con los brazos extendidos como queriendo abarcarlo todo, incluyendo su misteriosa interioridad. Pero él levantó vuelo y se internó en la arboleda del parque. Desde la rama más alta de donde pendía un nido nuevo, le trinaba invitándola. Ella sintió la fuerza del llamado y vio que la piel se le erizaba hasta sangrar y que, sus brazos aún extendidos, comenzaron a emplumarse.
En los balcones y en las calles de la ciudad, cientos de pájaros ciegos ignoran la existencia de la libertad.

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