Siempre hablaba del amor, toda su
verba estaba impregnada de amor, sus poesías, sus cuentos, todo hablaba de
amor; pero no lo conocía. Su vida era un vacío, un recoveco de fracasos sin una
hendija por donde se filtrara el sol. No conocía la suavidad de las caricias,
la humedad de los besos dados con pasión, ni siquiera la indecisa identidad
genética que tienta a buscar el placer.
Por más que se intente tecnificar el mundo, los
robots literarios no deberían fabricarse.