Dejo caer mis manos en sus manos buscando consuelo. Como cuencos azules de indomable oleaje, me trasportan por esa cartografía inhóspita hacia los puertos salvajes del destierro.
Mis noches de penurias y de misteriosas dudas quedan ya a merced de sus portentos.
…Y el milagro se hace suave, con aterciopelada caricia, hasta hundirme irremediablemente en la porfía de sus amores.
Ahora siento que las lágrimas retroceden hasta penetrar de nuevo en mis ojos.
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